jueves, 29 de junio de 2017

ALEJANDRO VILLAFAÑE (68)


Hoy su corazón dijo basta, pero su pasión por el folklore sigue latiendo en los oyentes que lo sintonizaban en su clásico  programa “Luna Tucumana”, galardonado con tres Martín Fierro por APTRA.

Por CARLOS QUIROGA

Fotos: CARLOS VILLAGRA 

En 1974, atraído por los espectáculos radiales que brindaban las principales emisoras tucumanas , donde brillaban figuras del folklore nacional como los Hermanos Abalos,  Hernán Figueroa Reyes y Atahualpa Yupanqui , entre muchos otros,  Alejandro Villafañe decidió meter las narices  en la radio y se inicio como productor de la legendaria Radio Splendid  y desde entonces ha recorrido un largo camino , que lo llevó por LV 12, Radio Universidad, FM Metropolitana y Radio Rivadavia (97.1), donde condujo  durante más de dos décadas  su programa  “Luna Tucumana” con el que obtuvo  tres  Martín Fierro . 
Pícaro, travieso e inquieto  supo confesarme que su affaire con el folklore comenzó en la época en que trasnochaba como conductor de la tradicional peña” El Alto de la lechuza”, donde entabló relación con Mercedes Sosa y Atahualpa Yupanqui. Y  que pese a los constantes retos de su esposa, Zulema  por esas interminables noches de guitarreadas, que en más de una oportunidad lo obligó a dormir en el living ,  nunca lo pudo dejar y que si Dios le daba salud no se iba ir de este mundo sin subirse a un escenario para que lo escucharán  cantar 

LUNA TUCUMANA

-¿Cuándo y cómo surge el programa Luna Tucumana?
-La idea de hacer el programa surge en 1992, durante la última visita que realiza a Tucumán don Atahualpa Yupanqui antes de morir. En esa oportunidad yo le pido permiso para  que lleve el nombre de su célebre zamba y él con esa personalidad tan particular que tenía me dice hágalo si se anima. Aunque la puesta al aire fue recién en  1999 cuando Sergio Clúa me abre las puertas de Radio Universidad para que lo concrete.
-¿Y a qué se debe el éxito de Luna Tucumana  que ya lleva 14 años en el aire y tres Martín Fierro?

-La clave está en que por el programa han pasado las principales figuras del folklore argentino, desde Mercedes Sosa hasta los Tekis. Y también influye mucho la espontaneidad con que hago, allí radica parte de su éxito y de su permanencia en el tiempo. 

INTERMINABLES NOCHES DE GUITARREADAS

- Hace unos años el Chivo Valladares me supo contar que el folklore en Tucumán era una actividad marginal porque se caracterizaba por interminables noches de guitarreadas y copas de más. ¿Sigue siendo así?
-Por suerte ese concepto cambió notablemente y hoy el público tucumano es uno de los más exigentes a la hora de catapultar a un artista. Eso se nota especialmente en la cantidad de festivales que se realizan en la provincia, donde concurren familias completas a disfrutar del espectáculo. Aunque todavía quedan aquellos que se pierden hasta el amanecer en las noches interminables de guitarreadas-
- ¿Y eso por qué?

- Porque a los que nos gusta  el  folklore nos olvidamos del tiempo cuando de verdad disfrutamos con lo que nos gusta hacer .Más de una vez, mi esposa, Zulema, me recibía al amanecer con las pilchas en el living, eso nos pasa  a todos, es lo normal. Pero con el tiempo por suerte me ha sabido comprender y acompañar en mi actividad. 

COSQUÍN

- Desde tu rol de cronista del folklore  te ha tocado cubrir Cosquín. ¿Qué tiene de mágico ese escenario?
- Yo creo que Cosquín perdió su magia cuando lo privatizaron, porque antes de eso, el público era el que realmente definía quienes eran los artistas consagrados. Después el festival se hizo más comercial y la selección de los artistas no fue tan exquisita. Vale la pena  recordar lo que le costó a nuestra querida Mercedes Sosa subir a ese escenario,
-¿Cómo fue eso?
-Corría el año 65 y la negra no estaba invitada y Jorge Cafrune mientras cantaba decide invitarla a que suba al escenario, haciendo una verdadera excepción y eso fue suficiente para que el público la premiara con su aplauso. Entró como quien dice de colada y terminó consagrada.
Tengo entendido que te unió una estrecha relación con Mercedes Sosa. ¿Cuándo y cómo surge esa amistad?

-Yo tuve oportunidad de conocer a Mercedes Sosa, cuando en la incipiente democracia regresaba al país después del exilio. Recuerdo que me tocó presentarla en el Alto de la Lechuza en 1983 y  a partir de ahí surgió una linda relación que se consolidó con el paso de los años, a tal punto que cuando ella ya estaba grave no dude en viajar a Buenos Aires para despedirme y me tocó estar en el congreso donde velaron sus restos. 

SOLO ME FALTA CANTAR

-Y según tu amplia experiencia, ¿Quién es el prócer mayor del folklore?
-Don Atahualpa Yupanqui, que no solo supo conquistar a los argentinos, sino también a los japoneses, que cuando vienen a nuestro país se desesperan por conocer los paisajes de Tucumán y de Catamarca, al que el compositor le puso letra.
-De la nueva generación del folklore, ¿quién te gusta?
-Los Amigos, porque traen la frescura y la alegría al igual que Los Tekis , que se han sabido imponer en los escenarios por su autenticidad.
-¿Qué tiene el Chaqueño Palavecino que gusta tanto?
-Tiene carisma y ha sabido conquistar al público porque surgió desde muy abajo. Hoy sin lugar a duda es el que más público convoca.
-Con tres Martín Fierro al hombro, ¿Qué sueño te queda por cumplir?

-Subir a un escenario a cantar para que el público me escuche, con la experiencia que tengo creo que no los voy a defraudar.

lunes, 24 de abril de 2017

DE LA QUIACA A USHUAIA

Este verano agobiado por el extenuante calor del norte, decidí viajar hasta Ushuaia, no solo para refugiarme de las altas temperaturas, sino también  para culminar de alguna manera un viaje que comenzó hace 20 años atrás en la Quiaca, junto a mi entonces compañero de ruta, el reportero gráfico Tomas Marini. A lo largo de los 5140 kilómetros, que separan estos dos extremos,  tuve oportunidad de comprobar las bellezas naturales de nuestros paisajes y comparar con mis propios ojos las contradicciones geográficas de nuestro bendito país. 

La travesía comenzó en Tucumán y durante miles de kilómetros contemplé desde la ventanilla del micro  los campos verdes al costado de la ruta, sembrado por los distintos cultivos que convirtieron a la Argentina en el principal granero del mundo; desde la caña de azúcar en mi provincia natal,  hasta la soja y el trigo  en la Pampa húmeda.  Fue ahí, donde me atrapó la noche y caí en  un profundo sueño.
 Cuando desperté, estábamos en Sierra Grande, provincia de Río Negro. Al correr la cortina de la ventilla, observe desconcertado que el vergel que me  había acompañado durante el día anterior se había convertido en un páramo. Fue entonces cuando Vanessa, la coordinadora del viaje, nos explicó que estábamos transitando por la estepa patagónica. A pesar que estaba lejos de casa, ese suelo pedregoso y  de arbustos diminutos, similares a un bonsái me resultaban familiares. Y cuando se cruzó en la ruta un guanaco, caí en la cuenta que este paisaje desolador tenía muchas similitudes con nuestra puna jujeña. Al igual que en  ella, el viento castigaba con fuerza  y aunque no lo podía sentir, veía como hacía girar con virulencia las aspas de los molinos de vientos que permanecían erguidos en una gigantesca estructura metálica, proveyendo de energía eólica a los pueblos vecinos. 

TONINAS, LOBOS MARINOS Y PINGUINOS

 

Ya en Trelew, provincia de Chubut, tuve oportunidad de ver de cerca una fauna marina  absolutamente desconocida para un norteño. En playa Unión me trepé a una barcaza para participar de un avistaje de toninas (cetáceo overo, que habita el hemisferio Sur, muy similar a los delfines). Salimos por la tarde y el primer regalo que nos presentó el viaje,  fue toparnos con un harén de lobos marinos que posaban como si fueran modelos para nuestras fotos.  Luego de media hora de navegación, aparecieron las toninas, que jugaban con las olas que producía  el motor de la embarcación, saltando de un lado a otro,  ofreciéndonos un espectáculo maravilloso, como los que realizan los delfines en los grandes  parques acuáticos.

Sin salir de mi asombro por lo que había vivido, al día siguiente me trasladé hasta el área protegida de Punta Tombo, que cada año alberga entre los meses de septiembre y abril, a la a la mayor colonia continental de pingüinos de Magallanes del mundo. Ubicada a orillas del Océano Atlántico, es el sitio elegido por los pingüinos para reproducirse. Llegué con la esperanza de verlos de cerca, pero nunca imaginé que iba tener frente mío a un millón de pingüinos, que construyen pacientemente sus nidos para salvaguardar a sus pichones de los depredadores. Sus graznidos similares a los que sonidos que emite el burro hacen que a uno se le termine poniendo la piel de gallina. 

¿JUSRASIC PARK?



No podía dejar Trelew, sin visitar el Museo Paleontológico Egidio Feruglio, donde se exhibe la flora y fauna fósil que poblaron la Patagonia hace miles de años atrás y es considerado por los expertos en la materia, una de las instituciones de mayor prestigio a nivel mundial, tanto por los descubrimientos e investigaciones como por las muestras que se presentan. La institución cuenta con un grupo de científicos y técnicos especializados en las diferentes áreas paleontológicas que generan constantes descubrimientos, aportando nuevos conocimientos sobre la evolución de la vida. Cuando encuentran  alguna pieza, lentamente y con mucho cuidado comienza su extracción. Luego  la trasladan al laboratorio, donde la limpian  y analizan, para posteriormente realizar  réplicas con las que se arman los esqueletos para la exhibición, que tranquilamente con sistemas de animación podrían ser las protagonistas de las películas de ciencia ficción, dirigidas por  Steven Spielberg.

HIELOS ETERNOS


Después de transitar 17 horas de viaje desde Trelew y atravesar las ciudades de Comodoro Rivadavia, Caleta Oliva, Puerto San Julián,  llegamos  al Calafate, un pueblo hecho a medida  del  turista, ya que es la puerta de  entrada al Glaciar Perito Moreno. Entre sus principales atractivos, sobresale el Lago Argentino, la feria de los artesanos y el Yeti  Bar, donde los clientes nos sentimos como esquimales en un iglú, porque desde la barra donde se sirven los tragos hasta  la silla donde nos sentamos están construidos con hielos.
Pero la mayor aventura la viviría el día después, cuando embarqué en Puerto Bandera, rumbo a los glaciares. A medida que uno navega   por el Lago Argentino tiene la sensación que va en el Titanic; el viento hace que las olas sacudan con fuerza la embarcación y empapen a los desprevenidos pasajeros que estamos en la cubierta ansiosos por ver el glaciar Upsala, que se erige como un paredón azulado o verdoso, según la hora del día. Después de acercarnos a escasos metros de ese tempano imponente, seguimos viaje rumbo al sur, para contemplar el glaciar Spegazini, que se desprende de un cordón montañoso. Sus paredones tienen entre 80 y 135 metros de altura y confirman que todos los glaciares son distintos.

Cuando creía que ya lo había visto todo, llegué en horas de la tarde al Glaciar Perito Moreno, donde un sin fin de hielos eternos se extienden  a lo largo de cinco kilómetros y se elevan a una altura de más de 60 metros, para después resquebrajarse como vidrios, provocando un sonido  ensordecedor, para luego  convertirse en pequeños témpanos flotantes, brindando a nuestros ojos un espectáculo deslumbrante, que quedará guardado para siempre en mi memoria.

BOSQUES, PICOS NEVADOS Y LAGOS


Al día siguiente al trasladarme hasta la localidad de El Chalten, ubicada a 220 kilómetros de El Calafate, descubrí que la provincia Santa Cruz no solo me podía cautivar por sus imponentes glaciares, sino también por sus bosques, picos nevados y   ríos de agua de dulce, que surcan la ruta, como los sembradíos de soja en la Pampa Húmeda.  Apenas llegue, me contaron que el pueblo había sido fundado el 12 de octubre de 1985, con el objetivo de sentar soberanía nacional durante el conflicto limítrofe que mantuvimos con Chile por la posesión del Lago del Desierto: “Es tan joven, que todavía no tenemos cementerio y recién ahora se está poblando como consecuencia del boom turístico. Hoy solo vivimos en forma permanente 300 personas, número que se incrementa a 1.000 durante el verano”, me señala, Dante  que se identifica como lugareño.

Pero sin lugar a dudas lo que más llama la atención, es poder observar las siluetas de las agujas imponentes del cerro Fiz Roy, considerado por los amantes del montañismo como una de las cumbres más preciadas para escalar, después del Aconcagua. 

FIN DEL MUNDO

Extenuado por los kilómetros recorridos, decidí emprender el último tramo de mi viaje en avión desde El Calafate hasta Ushuaia. Y mi primera sorpresa al llegar al isla fue escuchar conceptos elogiosos hacia mi comprovinciano, el ex Presidente, Julio Argentino Roca, tantas veces criticado por haber exterminados a los pueblos originarios  durante la Campaña del Desierto: “Si no hubiese sido por  él, que mandó a construir la cárcel del fin del mundo  y la sede de las Fuerzas Armadas  con el objetivo de sentar soberanía, no sé si hoy este territorio sería argentino”, me dijo Gustavo, mi guía  en la provincia de Tierra del Fuego e Islas del Atlántico del Sur, que me recomendó no perderme la navegación por el Canal de Beagle, esas aguas que nos tuvieron al borde de la guerra con Chile en 1979.
Siguiendo su consejo, me subí a un catamarán, desde donde pude contemplar la ciudad de Ushuaia en su magnitud, para adentrarme después en aguas profundas para disfrutar del avistaje de la fauna marina, donde las gaviotas, elefantes y lobos marinos abundan en pequeños islotes. Pero el momento culmine del viaje lo vivimos cuando llegamos al Faro Les Eclaireurs, un símbolo del "fin del mundo" que en realidad indica a los navegantes el ingreso a la Bahía de Ushuaia.
Por la tarde visite  el Parque Nacional de Tierra del Fuego, donde  puede observar  los bosques de lenga y guindo, en el que conviven especies autóctonas como el guanaco y  el zorro colorado con el castor canadiense, que en la última época se convirtió en una amenaza para el medio ambiente, porque talan con sus dientes filosos los  arboles para construir diques, los que a su vez  provocan inundaciones ocasionando la muerte  árboles por anegamiento.

Cuando el viaje llegó a su fin decidí despedirme de la isla del fin del mundo con una buena comida, pero la variedad gastronómica que ofrecen sus restaurantes me pusieron en una verdadera encrucijada. Por un lado me invitaban a  elegir entre centollas y mariscos vivos que eran exhibidos en gigantes peceras y por el otro me tentaban con  el  clásico cordero patagónico, que se asaba a fuego lento en forma  de cruz. Como buen norteño opté por el cordero, que por cierto estuvo mucho más blando que el tradicional chivito santiagueño. Eso sí, a la hora de brindar  no dude en levantar mi copa  por el hermoso país que tenemos, que después de 20 años por fin había terminado de conocer.