lunes, 24 de abril de 2017

FIN DEL MUNDO

Extenuado por los kilómetros recorridos, decidí emprender el último tramo de mi viaje en avión desde El Calafate hasta Ushuaia. Y mi primera sorpresa al llegar al isla fue escuchar conceptos elogiosos hacia mi comprovinciano, el ex Presidente, Julio Argentino Roca, tantas veces criticado por haber exterminados a los pueblos originarios  durante la Campaña del Desierto: “Si no hubiese sido por  él, que mandó a construir la cárcel del fin del mundo  y la sede de las Fuerzas Armadas  con el objetivo de sentar soberanía, no sé si hoy este territorio sería argentino”, me dijo Gustavo, mi guía  en la provincia de Tierra del Fuego e Islas del Atlántico del Sur, que me recomendó no perderme la navegación por el Canal de Beagle, esas aguas que nos tuvieron al borde de la guerra con Chile en 1979.
Siguiendo su consejo, me subí a un catamarán, desde donde pude contemplar la ciudad de Ushuaia en su magnitud, para adentrarme después en aguas profundas para disfrutar del avistaje de la fauna marina, donde las gaviotas, elefantes y lobos marinos abundan en pequeños islotes. Pero el momento culmine del viaje lo vivimos cuando llegamos al Faro Les Eclaireurs, un símbolo del "fin del mundo" que en realidad indica a los navegantes el ingreso a la Bahía de Ushuaia.
Por la tarde visite  el Parque Nacional de Tierra del Fuego, donde  puede observar  los bosques de lenga y guindo, en el que conviven especies autóctonas como el guanaco y  el zorro colorado con el castor canadiense, que en la última época se convirtió en una amenaza para el medio ambiente, porque talan con sus dientes filosos los  arboles para construir diques, los que a su vez  provocan inundaciones ocasionando la muerte  árboles por anegamiento.

Cuando el viaje llegó a su fin decidí despedirme de la isla del fin del mundo con una buena comida, pero la variedad gastronómica que ofrecen sus restaurantes me pusieron en una verdadera encrucijada. Por un lado me invitaban a  elegir entre centollas y mariscos vivos que eran exhibidos en gigantes peceras y por el otro me tentaban con  el  clásico cordero patagónico, que se asaba a fuego lento en forma  de cruz. Como buen norteño opté por el cordero, que por cierto estuvo mucho más blando que el tradicional chivito santiagueño. Eso sí, a la hora de brindar  no dude en levantar mi copa  por el hermoso país que tenemos, que después de 20 años por fin había terminado de conocer. 

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