Extenuado por los
kilómetros recorridos, decidí emprender el último tramo de mi viaje en avión desde
El Calafate hasta Ushuaia. Y mi primera sorpresa al llegar al isla fue escuchar
conceptos elogiosos hacia mi comprovinciano, el ex Presidente, Julio Argentino
Roca, tantas veces criticado por haber exterminados a los pueblos originarios durante la Campaña del Desierto: “Si no
hubiese sido por él, que mandó a
construir la cárcel del fin del mundo y
la sede de las Fuerzas Armadas con el
objetivo de sentar soberanía, no sé si hoy este territorio sería argentino”, me
dijo Gustavo, mi guía en la provincia de
Tierra del Fuego e Islas del Atlántico del Sur, que me recomendó no perderme la
navegación por el Canal de Beagle, esas aguas que nos tuvieron al borde de la
guerra con Chile en 1979.
Siguiendo su consejo, me
subí a un catamarán, desde donde pude contemplar la ciudad de Ushuaia en su
magnitud, para adentrarme después en aguas profundas para disfrutar del
avistaje de la fauna marina, donde las gaviotas, elefantes y lobos marinos
abundan en pequeños islotes. Pero el momento culmine del viaje lo vivimos
cuando llegamos al Faro Les Eclaireurs, un símbolo del "fin del mundo" que en realidad
indica a los navegantes el ingreso a la Bahía de Ushuaia.
Por la tarde visite el Parque Nacional de Tierra del Fuego, donde puede observar los bosques de lenga y guindo, en el que
conviven especies autóctonas como el guanaco y
el zorro colorado con el castor canadiense, que en la última época se
convirtió en una amenaza para el medio ambiente, porque talan con sus dientes
filosos los arboles para construir
diques, los que a su vez provocan
inundaciones ocasionando la muerte árboles por anegamiento.
Cuando el viaje llegó a su
fin decidí despedirme de la isla del fin del mundo con una buena comida, pero
la variedad gastronómica que ofrecen sus restaurantes me pusieron en una
verdadera encrucijada. Por un lado me invitaban a elegir entre centollas y mariscos vivos que
eran exhibidos en gigantes peceras y por el otro me tentaban con el clásico
cordero patagónico, que se asaba a fuego lento en forma de cruz. Como buen norteño opté por el
cordero, que por cierto estuvo mucho más blando que el tradicional chivito
santiagueño. Eso sí, a la hora de brindar
no dude en levantar mi copa por
el hermoso país que tenemos, que después de 20 años por fin había terminado de
conocer.
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