Después de transitar 17 horas de viaje desde Trelew y atravesar las
ciudades de Comodoro Rivadavia, Caleta Oliva, Puerto San Julián, llegamos
al Calafate, un pueblo hecho a medida del turista,
ya que es la puerta de entrada al Glaciar
Perito Moreno. Entre sus principales atractivos, sobresale el Lago Argentino,
la feria de los artesanos y el Yeti Bar,
donde los clientes nos sentimos como esquimales en un iglú, porque desde la
barra donde se sirven los tragos hasta la silla donde nos sentamos están construidos
con hielos.
Pero la mayor aventura la viviría el día después, cuando embarqué en
Puerto Bandera, rumbo a los glaciares. A medida que uno navega por el Lago Argentino tiene la sensación que va
en el Titanic; el viento hace que las olas sacudan con fuerza la embarcación y
empapen a los desprevenidos pasajeros que estamos en la cubierta ansiosos por
ver el glaciar Upsala, que se erige como un paredón azulado o verdoso, según la
hora del día. Después de acercarnos a escasos metros de ese tempano imponente,
seguimos viaje rumbo al sur, para contemplar el glaciar Spegazini, que se
desprende de un cordón montañoso. Sus paredones
tienen entre 80 y 135 metros de altura y confirman que todos los glaciares son
distintos.
Cuando creía que ya lo había visto todo, llegué en horas de la tarde al
Glaciar Perito Moreno, donde un sin fin de hielos eternos se extienden a lo
largo de cinco kilómetros y se elevan a una altura de más de 60 metros, para
después resquebrajarse como vidrios, provocando un sonido ensordecedor, para luego convertirse en pequeños témpanos flotantes,
brindando a nuestros ojos un espectáculo deslumbrante, que quedará guardado
para siempre en mi memoria.
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