lunes, 11 de mayo de 2009

EL FIN DE LA ESCUELA DE UN SOLO ALUMNO


Increíble, pero cierto. La maestra Liliana Machuca y su único alumno Benjamín Escudero, escribieron el último capítulo de la escuela Juan José Paso de La Mudana , un perdido pueblo cordobés que fue próspero pero quedó diezmado en los años 90. En marzo cerró definitivamente sus puertas, pero escribió una historia conmovedora que fue llevada al cine.

POR CARLOS QUIROGA

Fotos: JORGE SEGOVIA
El viernes 5 de diciembre la escuela Juan José Paso se vistió de fiesta para celebrar el egreso de su único alumno Benjamín Escudero (12). El silencio estremecedor que solo era interrumpido por el cantar de los pájaros y el paso de alguno que otro vehículo se convirtió en bullicio y algarabía, alumnos de establecimientos vecinos y el pueblo en general se congregaron para participar de una jornada histórica, cargada de emociones, nostalgias, felicidad y llantos, porque no sólo egresaba el Benja, como llaman todos en el pueblo, sino que además cerraba definitivamente las puertas la escuela que durante 69 años había educado a varias generaciones, condenado a La Mudana, ubicada a 293 kilómetros de la capital cordobesa a una muerte lenta y dolorosa. El motivo de tamaña decisión: el relevamiento del último censo que puntualiza que por cinco años no habrá niños en la zona en edad escolar. El fenómeno no es ajeno a lo que sucede en todo el país, según la organización no gubernamental RESPONDE el 40 % de las poblaciones rurales están perdiendo población y si no se atacan en lo inmediato las causas que provocan la emigración en los próximos años esos pueblos van a tender a desaparecer.
Aunque su realidad no es única ya que en la provincia mediterránea existen otros 9 establecimientos con un solo alumno: “La política educativa de Córdoba es que donde haya un alumno va a haber un maestro porque es la única posibilidad que tienen estos chicos de educarse. Siempre se los acompaña hasta que terminan el nivel primario”, afirma la supervisora zonal Graciela Ballesteros
Benjamín Escudero, el último egresado, es convirtió en el protagonista privilegiado de esta historia en marzo del 2007, cuando quedó como único alumno de la escuela y la señorita Liliana Machuca (30) se convirtió en su maestra exclusiva. Desde entonces, ambos se sobrepusieron a la soledad y a pesar de las diversas dificultades que les tocó atravesar llegaron juntos al último día de clase. Pero en el medio ambos tuvieron que sobreponerse a numerosas dificultades.
Sacrificio y Tesón
De marzo a diciembre, con lluvia, truenos, frío o calor. Benja, como lo llama cariñosamente la señorita, capeó las inclemencias climáticas y recorrió a burro los seis kilómetros que lo separan de su casa de la escuela: “No importa el sacrificio, lo importante era aprender y no faltarle a la maestra”, sostiene después de haber cruzado durante todo el año escolar arroyos y trepado el camino sinuoso para llegar al establecimiento escolar. Allí lo recibió la señorita Liliana , que asiente orgullosa sus dichos: “Tuvo muy pocas insistencias y las veces que faltó no fue de flojo, sino más bien de guapo, porque fue al campo a ayudarlo a su papá con los animales. Cuando no venía me faltaba todo, porque él era mi único alumno y un poco hijo también”, reconoce emocionada la docente.
Estudiar y trabajar no fue tarea fácil para Benjamín ya que debía madrugar para ayudar a su papá Pedro Escudero con el pastoreo de las cabras y ovejas. “Tengo que espantar a los zorros que están al acecho y ante el menor descuido van a cómerselas”.

El esfuerzo de la señorita Liliana no fue menor ya que dejó casa e hijo de lunes a viernes para instalarse en La Mudana.. En su hogar de Cura Brochero quedó Lucas, su hijo de 12 años, que al igual que Benjamín este año terminó la primaria: “Al principio cuando comencé a trabajar acá lo traje con la esperanza que terminará acá la primaria, para que no estuviéramos tan lejos, pero no tuve suerte, lamentablemente no se acostumbró y volvió a Cura Brochero, así que durante dos años solo lo vi los fines de semana”.
Pueblo fantasma
. Hoy la Mudana es un paraje desolado con casas dispersas, rodeado de palmeras y arena, que solo atrae algunos turistas en el verano, pero a nadie para radicarse.. Los únicos que permanecen estoicos en el lugar son los mayores, que ya están viejos para comenzar de nuevo y subsisten gracias a la cría de ganado ovino y caprino. Pero según cuenta el padre de Benjamín, don Pedro Escudero, no siempre fue así: “Hubo épocas en que la escuela tuvo 40 alumnos y dos maestras. Pero a comienzos de los 90 los jóvenes comenzaron a emigrar porque la cría de ganado no alcanzaba para todos”. Algunos partieron a localidades vecinas como las Águilas o Las Palmas y otros en cambio prefirieron extender sus horizontes y viajaron a Córdoba y Buenos Aires en busca de un futuro mejor, que por cierto no siempre fue mejor.
“El cierre de la escuela es un golpe grande par el pueblo, porque si ahora que hubo escuela los jóvenes no se quisieron quedar, menos lo harán ahora porque no tendrán donde educar a su hijos”, afirman apenados los pocos habitantes que quedan. Por eso la supervisora, Graciela Ballesteros espero hasta marzo para dar por cerrada la escuela: “Ahora si queremos reabrir la escuela habrá que cumplir con el requisito que haya al menos cinco chicos”.
Anhelos y sueños
Tanto Benjamín como Liliana sostienen al unísono que están felices por haber terminado con esa etapa de soledad. El flamante egresado busca continuar sus estudios en la escuela albergue de Las Palmas, a 20 kilómetros de La Mudana: “Acá es más entretenido porque tengo compañeros con quien jugar” se ilusiona el pequeño. Mientras que la docente asegura que “Llegó el momento de devolverle a su hijo Lucas el tiempo perdido y que prefiere trabajar en una escuela donde pueda volver todos los días a su hogar. Pero ambos reconocen que más allá de la relación docente alumno, entre ellos surgió una hermosa amistad que seguramente se prolongará a través de los años.
. Don Pedro Escudero padre de Benjamín no oculta el orgullo por el hijo recibido: “La verdad que estoy contento con que el chango haya terminado la primaria, aunque ahora que s a Las Palmas perdí a mi principal colaborador en la cría de las ovejas y los cabritos, pero acá lo importante es que Benja siga estudiando, a mí por suerte todavía no me cortaron los brazos y como sea me voy a dar mañana para seguir trabajando”

UNA ESCUELA DE PELICULA


La historia de Benjamín Escudero, Ya tiene su película, la productora Hiper Kinesis del documentalista Eduardo Sánchez, decidió llevarla al cine y el próximo mes será exhibida en el Festival Internacional de Cine de Copenhague. Sánchez junto al director Fito Pochat y el periodista de GENTE Carlos Quiroga se trasladaron a La Mudana, donde filmaron durante distintas etapas del año la vida del único alumno, que en medio de la nada, lucha por superarse: “Decidimos llevar la historia al cine, porque el caso de Benjamín es un fiel reflejo de muchos pueblos condenados a extinguirse porque carecen de políticas concretas del Estado. Uno de los objetivos de la película es que el gobierno tome conciencia que muchas veces es más barato invertir en la recuperación de un pueblo que en planes sociales. En los pueblos hay muchos Benjamines dispuestos a superarse, que muchas veces ante la falta de oportunidades emigran a las grandes ciudades y lejos de estar mejor terminan engrosando los cordones marginales de las villas miserias”.
. En los pueblos hay muchos Benjamines dispuestos a superarse, que muchas veces ante la falta de oportunidades emigran a las grandes ciudades y lejos de estar mejor terminan engrosando los cordones marginales de las villas miserias. Son ellos los que después padecen la saturación de las grandes ciudades y son los que tienen que sacar número en los hospitales y rogar que los atiendan. Si sos pobre, no te podes enfermar porque seguro que te morís. En cambio en los pueblos del interior hay una red solidaria de vecinos y nadie muere de hambre.”, sostienen los productores del film.
“Lo que nos gustó de esta historia fue la posibilidad de hablar del heroísmo que existe en algo aparentemente tan simple como ir todos los días a la escuela”, afirman Sanchéz y Pochat , directores del film. “En la película queremos mostrar el valor de las cosas simples. Muchas veces creemos, en falsa idolatría de la modernidad, que es mucho más sacrificado tardar una hora en llegar en burro a la escuela, atravesando paisajes soñados, que tardar una hora o dos hacinado en un tren o colectivo, sufriendo el estrés y el mal trato de las grandes ciudades.”
“Todo comenzó con una nota que hice el año pasado para la revista Gente”- comenta Carlos Quiroga-. “Por suerte, la productora Hiperkinesis decidió convertir aquella nota en una película, que esperamos sirva para conocer cómo se vive en la Argentina profunda.”

¿SE ACUERDA DE LA NENA QUE LLORO DE HAMBRE?


En abril del 2.002, Barbarita Flores decía llorando ante las cámaras de Jorge Lanata que el hambre la estaba matando. Hoy 7 años después, Barbarita se sobrepuso a la miseria y con sus flamantes 15 años aspira a ser médica para ayudar a otros chicos desnutridos. Un ejemplo de superación.

Por CARLOS QUIROGA
Fotos: FERNANDO FONT

De la niña raquítica, callada, inocente, de mirada perdida que se convirtió en el símbolo del hambre durante la crisis del 2001 y que conmovió al país con sus lágrimas no queda casi nada. Hoy Barbarita Flores (15) es toda una señorita, de pelo largo, sonrisa picara y un cuerpo estilizado que posa para las fotos como si fuera una modelo. Reconocerla a simple vista es casi imposible, inclusive para este cronista que la entrevisto en una decena oportunidades, lo único que no cambio en su rostro es su mirada. Sus ojos siguen siendo los mismos ojos tristes con los que miro avergonzada las cámaras de televisión y en un acto de desesperación contó en carne viva como era caer dura cuando el hambre la apretaba. Gracias a que su caso tomo estado público y la gente se solidarizo con su causa, Barbarita pudo salir adelante, su padre Samuel consiguió trabajo como ordenanza en el ministerio de gobierno y hoy el hambre es solo una recuerdo amargo que quedó plasmado en los medios: “Por suerte esas náuseas que te vienen cuando tenes el estómago vació y no podes devolver porque no tenés nada en el estómago no la siento más, porque desde que mi papá consiguió trabajo hay todos los días un plato de comida en la mesa”, sostiene sonriendo ante GENTE, en su casa del barrio de ATE. Hoy sus preocupaciones ya no pasan por si tendrá para comer mañana, sino como hará para terminar séptimo grado, que la tiene a mal traer y como hará para comprar el último CD de Arjona que desde que entró en la adolescencia la tiene cautivada con sus canciones, aunque confiesa entre tímida y avergonzada, que todavía no ha llegado el hombre capaz de conquistar su corazón. Es consciente que sin estudio no hay futuro, por eso promete seguir estudiando para algún día poder recibirse de doctora y ayudar así a otros chicos desnutridos como la ayudaron a ella. Pero también reconoce que sus sueños de ser cantante, esos mismos que afloraban cuando conoció a Las Bandas durante la tapa de los personajes del año siguen intactos y que por estos días no se pierde programa de “Canta conmigo Argentina”.
La casa que supe entrevistarla cuando estallo la crisis del 2001 tampoco es la misma. Ahora cada uno de los 10 integrantes tienen su cama. Ya no duermen más hacinados y en la puerta un cartel de madera anuncia que hay es la familia Flores. Y ellos también han cambiado. Ruth, la hermana mayor que por esos días grises del abril 2002 contenía a su hermana ante las cámaras tiene 20 años y trabaja como peluquera, mamá Carmen atiende el almacén junto a Barbarita, Joan (22) aporta lo suyo a la economía familiar con sus trabajos de albañilería y el resto de los hermanos René ( 17), Franco ( 16), Andrea 1(4), Lucía (12 ), y Álvaro ( 8) continúan estudiando.
-¿ Barbarita Cuándo y cómo se produjo el cambio?
- Desde que mi papá consiguió trabajo estable todo fue diferente para nosotros. A partir de entonces la comida no nos falto más y de a poco fuimos terminando la casa y adquiriendo pequeñas cosas que eran prácticamente inalcanzables, como la heladera, el televisor, la cocina y un baño digno. Ahora gracias a Dios nos podemos dar el lujo de comer una fruta. Aunque somos muchos (son 8 hermanos) y siempre está faltando algo, jeje
Interviene papá Samuel- Eso es cierto, pero tener trabajo estable me permitió asegurar la comida diaria para mis hijos y poder buscar otras opciones para mejorar la situación, como poner este pequeño almacén, ahora comprar esta camioneta usada para repararla y ver si el día de mañana puedo hacer trabajos de fletes. No quiero que mis hijos tengan que depender de la suerte de tener trabajo, por eso estoy realizando estos micro emprendimientos. Y por lo que pinta el 2009 va ser terrible como consecuencia de la crisis financiera que se desató a nivel mundial.
- ¿Samuel qué diferencias encostras entre la crisis del 2001 que los tuvo de protagonista y está que se vive actualmente?
- A diferencia del 2001 que nosotros estábamos muertos y no teníamos para comer, ahora peleamos por sobrevivir. Pero las condiciones de vida siguen siendo la misma que en aquel entonces, acá en el barrio no tenemos recolección de residuos, no tenemos cloaca, reina la inseguridad y cada vez hay más pobres. Todavía hay mucha gente que está como estábamos nosotros antes y no tiene para comer.
- Barbarita y cómo ves hoy a la distancia el hecho de haberte hecho famosa por haber llorado de hambre?
- Creo que a muchos no le gusto que yo llorara de hambre frente a las cámaras y no faltaron los que me salieron a criticar. Desde el gobierno decían que mi papá era un vago que no quería trabajar, las chicas en la escuela me dejaban sola y por lo bajo decían cosas que me hacían llorar.
- ¿Cómo que Barbarita?
- Ellas a veces me decían muerta de hambre, anda a pedí, polenta con palta e inclusive por ahí hay gente en el barrio que se me burla, pero yo trato de no darle bolilla sino tendría que salir a pelear todos los días.
- ¿Y por qué crees que te dicen esas cosas?
- Por que acá muchos no nos perdonan que nuestra situación haya mejorado. Y eso lo hemos comprobado con el almacén, hay vecinos que prefieren caminar más con tal de no comprarnos. Ellos no nos perdonan que la gente se haya solidarizado con mi llanto en la tele y a ellos nadie los haya ayudado.
- ¿Y qué sentís cuando te toca vivir este tipo de situaciones?
- Bronca, me da mucha bronca (se quiebra) por las humillaciones que he tenido que pasar durante todo ese tiempo y que hasta hoy muchas veces la sigo padeciendo. Pero gracias a esa desgracia hoy estamos mejor.
- ¿Te duele, te avergüenza haber llorado frente a las cámaras?
- Y Sí, (mueve el hombre como diciendo que es obvio) me da vergüenza.
Interviene mamá Carmen- Al principio a mí también me daba vergüenza, pero con el tiempo la fui perdiendo, porque si nosotros pasamos hambre fue como consecuencia que Samuel estaba desocupado y hoy más que nunca entendí que cualquier persona se puede quedar sin trabajo, así que mija no se avergüence, porque nosotros hemos canalizado toda esa ayuda para estar mejor.
Samuel- A mí tampoco me da vergüenza, porque Barbarita con su llanto lo que hizo fue denunciar públicamente que el país andaba mal. Y con su caso muchos tomaron conciencia de lo que realmente estaba pasando.
-Hoy la Argentina ha comenzado atravesar otra crisis que parece será igual de dramática que la del 2001. ¿Cuál es la clave para que la crisis no nos lleve puesto?
Samuel- La clave es tener los pies sobre la tierra y gastar solo lo que se necesita a diario. No desesperarse ante la adversidad y buscar opciones, que por más oscuro que parezca el futuro siempre hay una luz al final del camino.
Barbarita- Yo todos los días rezo para que a mi papá nunca más le vuelva a faltar el trabajo y me da mucha pena cuando alguna amiguita me cuenta que su papá perdió el trabajo, eso sí no se lo deseo a nadie.
Samuel- No hay peor cosa que no tener trabajo, porque nada cuesta más trabajo que vivir sin trabajar, porque sin un sueldo es imposible hacer magia y que las cosas aparezcan. Pero no hay que desesperar, hay que buscar la manera de rebuscárselas, como salir a ofrecer hacer changas en las casas.
Carmen- Yo no sé que hubiese sido de nosotros si Barbarita no salía por las noticias, Samuel consiguió trabajo porque salió en los medios- Pero el gobierno no le da a cualquiera trabajo.
-¿Pero cuál fue el secreto de los Flores para salir adelante?
Carmen- La clave es luchar y no cansarse, los padres no nos podemos dar ese lujo, porque detrás de nosotros están nuestros hijos.
Barbarita- Yo hoy lo único que les puedo decir a los chicos que sus papás perdieron el trabajo es que tengan fuerza, que le oren mucho a Dios como yo lo hice, a mí Dios al final me escucho y hoy pudimos salir adelante.


YO FUI UN INMIGRANTE BOLIVIANO




Un periodista de GENTE se puso en la piel de un indocumentado y salió a buscar trabajo y un techo donde pasar la noche. Y, en su relato, la crónica de la desesperación de una comunidad que en nuestro país suma dos millones de personas, el 38 por ciento de los emigrantes bolivianos del mundo. Ahora, después de la tragedia en un taller textil ilegal de Caballito, donde murieron seis de ellos, ni siquiera consiguen emplearse en trabajos donde los explotan de sol a sol por apenas 300 pesos mensuales. La situación, una bomba a punto de estallar.
Siete años atrás, la revista GENTE me encargó meterme en la piel de un inmigrante boliviano bajo el nombre de Washington Rivera. Entonces comprobé horrorizado que la esclavitud no se había abolido y que miles de ellos eran sometidos, de un modo siniestro, al trabajo a destajo y a la explotación. Mi nota causó revuelo y muchos prometieron hacer algo para revertir la situación. Por supuesto, nada cambió. Y ahora sucedió una tragedia previsible: el jueves 30 de marzo, un incendio en un taller textil clandestino en la calle Luis Viale 1269, del barrio de Caballito, mató a seis personas de origen boliviano, entre ellas cuatro chicos de entre 3 y 15 años. Hoy, 9 de abril de 2006, he vuelto a los 37 años a Buenos Aires desde mi Tucumán natal, para buscar trabajo como inmigrante. VIA CRUCIS. Comienzo en el Parque Avellaneda, uno de los puntos donde los bolivianos se reúnen para conseguir empleo. La decepción llega pronto. “Si no tenés papeles, olvidálo –me advierte José–. Están allanando talleres y nadie quiere correr riegos. Conseguir trabajo en la Argentina se ha vuelto una misión imposible”. Pero yo necesito trabajar sí o sí, le digo. Y agrego una súplica que suele ser eficaz: “Aunque más no sea por casa y comida”. Uno de los tantos que escuchan mis lamentos se compadece y me envía a la cooperativa La Alameda, justo enfrente del parque, sobre la avenida Directorio. Allí me recibe Gustavo Vera, un hombre de corazón generoso que, para empezar, me ofrece un plato de comida. En el lugar alimentan a 140 bolivianos todos los días. También me ofrece alojamiento por esa noche.“Esto es una cooperativa, pero no te puedo dar trabajo, porque estamos completos”, me dice luego. Mientras hago los primeros bocados de unos fideos con tuco, conozco a María, que lamenta que no me pueda integrar. “Acá es distinto, trabajás ocho horas, podés llevar a tus hijos a la escuela y salir cuando quieras. En cambio, en el taller que estaba antes trabajaba de sol a sol y cuando quería atender a mi hijo me retaban”, cuenta.José asiente: “En esos talleres trabajás a destajo y por apenas 300 pesos, porque los patrones dicen que tienen pedidos de último momento que hay que terminar. Y como saben que somos buenos laburantes, se aprovechan hasta que no damos más. A ese ritmo, a los 40 años llegás totalmente arruinado”.Después de comer una mandarina, le agradezco a Gustavo su generosidad y decido continuar mi búsqueda. Me dicen que tengo dos opciones. Una, escuchar FM Latina, donde funciona una especie de bolsa de trabajo, y la otra, ir temprano a Cobo y Curapaligüe, en el Bajo Flores. “Ojo, si el primer mes no te pagan lo que te prometieron y te dicen de formar una cooperativa, rajá, porque seguro no cobrás más. Pero no se te ocurra reclamar, porque de seguro te llevás una golpiza –me advierte José–. Quizás en el complejo polideportivo de Parque Avellaneda consigas techo y comida por más días”.Entonces, rumbeo para ahí. Camino tres cuadras, entro, y me encuentro con los que se salvaron del fuego del taller de Caballito. Para permanecer debo registrarme. Mientras espero, escucho a un porteño quejarse: “Por estos bolivianos de m… no voy a poder ducharme”. Es un socio del club que tiene el polideportivo. A pesar de la tragedia, la xenofobia dice “presente”.Allí conozco a Julio Quispe, que perdió a su hijo Wilfredo, de apenas 15 años, en el incendio. “El tenía muchas ganas de vivir. Quería hacer la secundaria aquí, pero no tenía documentos, así que no lo querían recibir”, me dice. –¿Por qué no se los sacó? –le pregunto.–No hubo tiempo. Acá trabajo de sol a sol. ¿En qué tiempo querés que se los haga? Ahora me están sacando sangre para hacerme el ADN y comprobar que era mi hijo. Y recién entonces me van a entregar su cuerpo. Yo quiero enterrarlo en La Paz, pero después volveré a la Argentina. –¿Por qué? ¿No te quedó un mal recuerdo?–Acá, por lo menos hay esperanzas. Allá no hay nada. Una manzana o un litro de leche son todo un lujo.Me despido de Julio, pero antes de darme la mano me invita a la misa que harán esa tarde por la memoria de su hijo. Un muchacho se acerca. Se llama Germán. Le cuento mi problema y me dice: “En el Parque va a haber una reunión con funcionarios bolivianos, quizás consigas algo…”. Voy.La espera por las autoridades se hace larga, amenizada por un maestro de ceremonia que nos invita a pedirle a la Pachamama por la difícil situación que estamos atravesando. Como muchos, camino hacia un brasero con incienso y en silencio le tiro unas hojas de coca con la ilusión de conseguir trabajo. Al rato llegan los funcionarios enviados por el presidente Evo Morales, encabezados por el vicecanciller, Mauricio Dolfler. Dicen que están preocupados, que quieren acabar con la xenofobia y la explotación en la Argentina, y prometen documentos para todos. El discurso se alarga y las promesas suenan similares a las que formulan los políticos argentinos. Pero los bolivianos festejan. Dicen que con Evo volverán a su país. Por un momento me contagio y aplaudo a rabiar. Pero se me hace tarde y debo ir a la misa por Wilfredo. La celebra el obispo Mario Poli, que pide perdón por la discriminación y resignación por los muertos. La noche cae sobre Parque Avellaneda y el trabajo no aparece. Lo mejor será buscar un lugar donde dormir, ya que habrá que levantarse temprano.LA ESPERA SIN FIN. Lunes 10 de abril, ocho de la mañana. Estoy en Cobo y Curapaligüe, como me indicaron. Decenas de bolivianos esperan por un patrón que les ayude a cumplir con el “sueño argentino”: ahorrar 1.000 dólares y volver a casa. “Pero cada vez se hace más difícil –confiesa Germán, con quien me encuentro–, porque con mucho esfuerzo apenas podemos juntar 300 dólares por año”. La espera se hace larga y se forman grupitos. Escucho. Moria comenta desesperada: “Antes los coreanos venían por kilos a buscarnos. Ahora que están realizando los allanamientos no quieren venir. Porque si toman a indocumentados, seguro que los clausuran. ¡No sabés la plata que están perdiendo, porque la temporada fuerte textil es de marzo a julio!”.“Si no tienes documentos, olvídate de trabajar. No te van a tomar”, me sentencia Mario –que no perdió un ápice su acento, a diferencia de otros, aporteñados– mientras sigo esperando por mi patrón.De pronto veo una multitud alrededor de un coreano. Me abro paso como puedo y logro escuchar que él si toma indocumentados. Pero…“Van a tener que trabajar fines de semana, y por la noche, porque si nos encuentra la policía vamos todos presos. Y chicos no. No hay donde alojarlos”, dice en un mal español. Algunos protestan, otros se resignan. Mara está enojada: “Los allanamientos lo único que lograron es empeorar nuestra situación. Antes teníamos casa, comida y un sueldo miserable. Ahora apenas tenemos una miseria que no nos alcanza para vivir”. No tengo suerte con el patrón coreano que busca indocumentados: él quiere mano de obra especializada y yo, de costura, poco y nada. Los costureros peruanos están que trinan con sus pares bolivianos. Me recriminan: “¿Para qué marchan? ¡Por culpa de ustedes no tenemos trabajo! Total, de acá a unos meses, cuando pase la conmoción, todo volverá a ser igual. Ya verás…”Por suerte llega otro coreano. Parece más humano que el primero y nos dice que debemos solicitarles a las autoridades argentinas que les den tiempo para hacer las reformas y blanquear los talleres. “Nosotros querer que estén bien, pero pidan tiempo. Vamos a pagar horas extras”, explica. Ya es mediodía y muchos seguimos esperando por un patrón. El cierre de la edición urge, y prefiero partir a cumplir las últimas etapas de mi recorrido. Mario tenía razón: sin documentos no conseguí nada. Llego al Consulado boliviano y me encuentro con muchos indocumentados. Pretendo ser uno de ellos, de los miles que al fin se decidieron a blanquear su situación. Aunque sin dinero parece imposible cumplir con el objetivo. Sacar la partida de nacimiento, el certificado de buena conducta, y hacer los trámites en Migraciones cuesta 100 dólares. Ahora, dicen, todos esos papeles serán gratis. “¡Por fin! Porque sin documentos no podíamos ni hacer la denuncia por explotación”, me dice Eric mientras la fila avanza lentamente.Sin trabajo ni documentos, parto hacia la última parada de mi Vía Crucis: la feria de La Salada, en Puente La Noria. Allí trabajan cientos de indocumentados, pero más dignamente que en los talleres. Se huele a Bolivia: no faltan las papas andinas, los ajíes y los pimientos típicos del Altiplano. Pregunto si hay empleo, y en un puesto me dicen que regrese mañana, pero temprano. Miento un sí y me voy. Mientras el taxi arranca, escucho que el nuevo jefe de Gobierno, Jorge Telerman, está reunido con representantes de la comunidad. Rezo por ellos, para que no les mientan más, como sucedió hace siete años. Y porque ésta sea la última vez que me ponga en la piel de un inmigrante boliviano para contar sus penurias.