El sol castiga con fuerza al mediodía, mientras decenas peregrinos realizan su ofrenda ante la Pachamama. El primer tributo es el cordero de doña Antonia Litían, que es degollado ante una multitud, que mira azorada el sacrificio ritual. Luego de colocar los chimpas ( pompones de lanas anaranjada) para que la Pacha reconozca a sus dueños, es arrojado al pozo para dar comienzo oficialmente con la corpochada. Entre medio de coplas de agradecimiento, los lugareños depositan en sus ofrendas sus frustraciones y esperanzas. Mientras, doña Beneran de Gutiérrez, que representa a la curandera del pueblo enlaza en las muñecas de los oferentes el zurdo (un hilo trenzado de izquierda a derecha), que según sostiene no debe ser sacado hasta el 30 de agosto, si uno quiere que su hechizo de resultados. Con auténtica devoción cristiana hace la señal de la cruz y pide a la Madre Tierra, que los proteja de los maleficios.
Después de dos horas de constantes invocaciones y ofrendas, la boca de la Pachamama está llena y dice basta. Ha llegado el momento de tapar el pozo. La Pachamama bebió, comió, fumó, mascó coca: tuvo lo mejor, de lo poco que tienen los habitantes de Laguna Blanca. “Que la Pachamama los alumbre para que lleguen bien a sus hogares”, sostiene el Kokena, mientras de a poco, los peregrinos se van dispersando y perdiendo con el sol tras los cerros nevados, convencidos que la Pacha escucho sus ruegos y que el próximo año será mejor.
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