Todos los 1 de agosto los habitantes de la cordillera catamarqueña se congregan en Laguna Blanca para confiar sus sueños y esperanzas a la Pachamama. La clave para que esos deseos dejen de ser anhelos y se conviertan en realidad es que participen de la corpachada. Un ritual ancestral donde los lugareños ofrendan lo mejor de su producción para que la Santa Madre Tierra acreciente sus ganancias y lo mantenga vivos para que el próximo año puedan regresar a cumplir con esta ceremonia sagrada.
Por CARLOS QUIROGA
Fotos: JORGE SEGOVIA
El viento golpea impiadoso cuarteando la piel del desprevenido visitante, la puna devora el oxígeno y las próximas nevadas acechan amenazantes sobre el ganado, pero lejos de amedrentarse, decenas de peregrinos provenientes de los puntos más distantes de la cordillera catamarqueña llegan hasta Laguna Blanca para confiar sus sueños y esperanzas a la Pachamama. La clave para que esos deseos dejen de ser anhelos y se conviertan en realidad es que participen de la corpachada. Un ritual ancestral, que se celebra todos los 1 de agosto a 3360 metros de altura sobre el nivel del mar, donde los lugareños ofrendan lo mejor de su producción para que la Santa Madre Tierra acreciente sus ganancias y lo mantenga vivos para que el próximo año puedan regresar a cumplir con esta ceremonia sagrada.
La ceremonia, que parece salida de un cuento de ciencia ficción, está lejos de ser un mero hecho folklórico en sí y para los lagunistos tiene una profunda connotación religiosa que se fue transmitiendo de generación en generación y que pese a los constantes avatares de los españoles por extinguirla, no sólo logró sobrevivir sino que se combino con el culto católico apostólico y romano, en una tierra donde sus habitantes veneran con igual devoción a la Virgen del Valle y a La Pachamama. Por eso Cristian Casimiro, con sus apenas 12 años nos advierte: “No te rías de un colla que busca el silencio, que en medio de lajas cultiva sus habas y acá, en las alturas, en donde no hay nada, logra sobrevivir gracias a su Pachamama”. Sus palabras son la única explicación lógica a como los 246 habitantes sobreviven en medio de la nada al crudo invierno, donde la temperatura promedio es de quince grados bajo de cero y donde las heladas se llevan sus habas, quinuas y papas andinas y las nevadas matan sus cabras, ovejas, vicuñas y llamas.
El ritual comienza el día antes, cuando los pobladores abren sus casas a los visitantes y alrededor de un fogón cantan sus coplas y zambas. La consigna es no dormirse y con las primeras luces del alba se escucha como una letanía en todas las casas “Pachamama, Santa Tierra no me comas todavía”. “La invocación es una clara referencia a la muerte- explica Daniel Delfino, arqueólogo, que desde hace años estudia las costumbres del lugar- .La relación de los lagunistas con la Pachamama no solo se limita a una relación productiva con La Madre Tierra, sino también tiene una fuerte connotación religiosa y cosmovicional que se sustenta en que de la tierra venimos y a la tierra vamos. Por eso ellos sostienen que cuando nuestro cuerpo se descompone después de ser enterrado, la tierra se lo termina tragando”.
Los primeros desvelados que se animan a enfrentar el viento helado concurren en ayuna a la casita de Guacuma, donde Ana de Luján Suárez ofrece junto al fueguero el infaltable té de ruda macho, que según sostiene la tradición popular sirve para alargar un año más la vida. “Creer o reventar- afirma Lucio Cayo Guerra, encargado del puesto sanitario y enfermero del lugar,-pero aquí las yerbas medicinales, que heredamos de nuestros ancestros dan mejores resultados que los remedios de laboratorios. Entre los yuyos de grandes poderes curativos sobresale la copa copa que sirve como digestivo; la yareta, el espinillo y la vira vira que es un excelente expectorante para las enfermedades bronquiales y la muña muña , que es muy requerida para curar los problemas de impotencia sexual”. Un antídoto que supo adelantarse siglos al viagra, aunque Guerra puntualiza que en importantes dosis de té sirve también para extinguir los cálculos renales. “Acá la gente se vuelca mucho por los yuyos que nos provee la Madre Tierra Pachamama, porque saben que no les va hacer mal, porque no son tóxicos y prefieren estos a los remedios convencionales”.
En medio de tolas y pajonales, doña Antonia Litían elije entre su majada de 30 ovejas el cabrito más gordo que llevara para ofrendar a la Pachamama: “Si quiero que a mi ganado no le falte pasto, ni agua y se reproduzca con fuerza para el año, debo sacrificar un cordero, porque así como nuestra Santa Madre Tierra todos nos da, también no los quita si no somos generosas con ella”.
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Ari, Ari
ResponderEliminarMuy bien escrito
Interesante el articulo de Catamarca, la Pachamama y todas sus costumbres.
ResponderEliminarEs bueno conocer habitos q se mantienen vigentes, y mas aün,de provincias del noroeste argentino.
Carlos; me gusto tu artìculo. Besos.
Cecilia Grillo.