Durante la época de la conquista los tejidos supieron embellecer los ornamentos religiosos y adornar las faldas amplias; las batas; escotes y las enaguas, que tenían hasta tres voladores terminados en randas. Hoy 500 años después de ese apogeo, el tejido intenta sobrevivir en un mundo industrializado, donde el trabajo artesanal carece de valor y la tradición pierde terreno ante el avance de la globalización.
Por CARLOS QUIORGA
Por CARLOS QUIORGA
Fotos: JULIO CARRIZO
La randa es un delicado y artístico tejido en vía de extinción que llegó a su máximo esplendor en el siglo XVI con la llegada de los conquistadores españoles a Tucumán. Por ese entonces no había casa donde no se exhibiera un centro de mesa o un pañuelo, que pusieran de manifiesto las habilidades de las mujeres del hogar, que con paciencia y tesón se esmeraban para que sus finos y delicados bordados provocaran admiración y se lucieran en los ornamentos religiosos de la época. Hoy 500 años después de ese apogeo, el tejido intenta sobrevivir en un mundo industrializado, donde el trabajo artesanal carece de valor y la tradición pierde terreno ante el avance de la globalización. Por eso viajamos El Cercado, departamento Monteros, ubicado a 66 kilómetros al sur de la Capital tucumana, donde manos anónimas y laboriosas, luchan por mantener viva la herencia familiar: “La randa es una alternativa, pero no un medio de vida, por eso somos cada vez menos la que la hacemos. Hoy nuestros jóvenes se muestran apáticos a aprender las técnicas el tejido y los pocos que se interesan lo hacen para mantener viva una tradición familiar”, sostiene Margarita del Rosario Ariza, una de las últimas randeras.