lunes, 1 de febrero de 2010

UN TUCUMANO DE NOVELA

Víctima de una impiadosa enfermedad. Tomas Eloy Martínez, autor de Santa Evita, La Novela de Perón y Purgatorio, entre otras dejó un vacío profundo en la literatura latinoamericana. Amigo intimo de García Márquez, supo combinar su tarea de escritor con la de periodista y fue uno de los fundadores de Telenoche. Desde hace varios años se había convertido en un referente intelectual de la Argentina

Por CARLOS QUIROGA
Fotos: CARLOS VILLAGRA Y JULIO CARRIZO
La novela de Tomás Eloy Martínez podría comenzar diciendo que murió un 31 de enero del 2010, a los 75 años de edad, después de luchar con una impiadosa enfermedad, que de tanto en tanto le daba tregua a su ajetreado cuerpo para continuar escribiendo su obra inconclusa El Olimpo. La muerte le llegó cuando ya era un escritor consagrado, después que autores de la talla de Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa, dueños del Olimpo de la literatura latinoamericana lo mimaran y lo cobijaran como si se tratara de su propio hijo y que su obra cumbre Santa Evita fuera traducida a treinta idiomas y publicada en más de 60 países. Los primeros indicios que sería escritor aparecieron cuando tenía apenas 7 años y no precisamente por una cuestión de vocación, sino como una reacción contra sus padres: “ Un buen día, un compañero de escuela me dice, hay un circo buenísimo tenés que verlo. A mí no me dejaban salir después de la escuela, pero decidí que de camino a casa iría a ver el circo, aunque más no fuera por cinco minutos. Cuando llegué, había una chica muy chiquita, con unas alas inmensas de mariposa, arriba de un caballo y yo quedé totalmente deslumbrado. Creía que las alas eran de verdad. Enseguida entraron unos leones desdentados. Yo me decía cinco minutos más y me voy, cinco y me voy...Llegué a mi casa a las 9 de la noche, habían llamado a la policía, a los hospitales. Como consecuencia de mi desobediencia, me pusieron una terrible penitencia. Me prohibieron leer e ir al cine, las dos cosas que más me gustaban. Yo estaba desesperado. Y entonces para entretenerme, me puse a escribir un cuento. En el cuento, yo entraba en una estampilla de Mozambique que tenía como ilustración un pasaje de jungla y monos. Cuando terminé se lo mostré a mis padres. Me levantaron la penitencia inmediatamente. Como me conmutaron la pena, encontré que esa actividad tenía un premio: que los demás te quieran, fue así que descubrí mi faceta de escritor”
Un día el chico que quería ser escritor creció y decidió emigrar desde su Tucumán natal hacía Buenos Aires: “Si yo no me hubiera ido, no hubiera escrito lo que he escrito. Porque los afectos que uno intenta conquistar a través de la escritura estaban dados, por lo tanto no había ningún estímulo”, reflexionaba cada vez que sus familiares y amigos le reclamaban por su partida. Desde hace varios años se había convertido en un referente intelectual de la Argentina, al que GENTE me pidió que entrevistara cada vez que regresaba a Tucumán

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