De un día para otro, Susana, que había sido educada en un colegio religioso y que guardaba las normas conservadoras que impone una sociedad pacata como la de Tucumán, dejó de ser ama casa y salió a caminar la noche en busca de un dato que la pudiera llevar a su hija: “En ese largo peregrinar por los prostíbulos de la Argentina, fuimos encontrando varias chicas que habían sido secuestradas al igual que Marita y que necesitaban de nuestra ayuda para salir del infierno en el que estaban sumergidas. Por eso cuando hacían los allanamientos yo les hablaba y les decía que aquellas que estén en contra de su voluntad, me lo dijeran, que yo las iba a sacar de ahí. Muy pocas se animaban a hablar, porque estaban aterrorizadas. Las madamas la dominan con solo mirarlas. Yo me daba cuenta de que estaban en contra de su voluntad, porque estaban con la cabeza gacha y lloraban cuando les hablaba. Ellas no podían hacer nada, por que en ese submundo, el perro tiene más valor que ellas. Pero con coraje y tesón ya hemos recuperado a 600 chicas”, suspira, aliviada.
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