miércoles, 1 de julio de 2009

LA CASA HISTORICA


La Casita de Tucumán, ha cambiado bastante a lo largo de los años con respecto a aquella viaja casona que supo albergar a los congresales cuando aquel 9 de julio de 1816 se declaró la Independencia nacional, aunque algunas partes de ella pese al paso de los años se mantienen intactas. Pero quedan aprisionados entre los viejos muros, los ecos de aquellas voces de libertad que dieron origen a la patria grande. Visitar la casa histórica en este mes de julio no es sólo una obligación, sino también una necesidad, porque en los tiempos que se viven urge contagiarnos de aquel espíritu patriótico de aquellos 18 congresales que hicieron grande a la Argentina, para volver hacer de nuestro país, lo que siempre fue, una próspera y pujante Nación.
Por CARLOS QUIROGA
Fotos: JORGE SEGOVIA
La casa fue construida a fines del siglo XVII por el alcalde Diego Bazán y Figueroa que la utilizó de vivienda hasta su muerte. En 1765 la Casa pasó a ser propiedad de Doña Francisca Bazán, esposa de Miguel Laguna, que la recibió de sus padres como pago de la dote. Según los historiadores el frente de la casa, con sus características columnas torsas, debió ser construido por los Laguna y Bazán, ya que este tipo de ornamentación aparece en el Norte muchos años después a su construcción.
En 1816, ante la imperiosa necesidad de contar con un lugar apropiado para las sesiones del Congreso que se reuniría en Tucumán, se decidió elegir por la Casa de Doña Francisca Bazán de Laguna. La tradición afirma que Doña. Francisca prestó la casa en forma voluntaria para las sesiones, pero investigaciones posteriores consideran, acertadamente, que el Estado Provincial dispuso usarla, ya que gran parte de la Casa estaba alquilada para la Caja General y Aduana de la Provincia.
Deteriorada por el paso de los años, los herederos de doña Francisca Bazán de Laguna la vendieron finalmente al Estado nacional en 1874 por la suma de 200 mil pesos. La Casa estaba en muy mal estado cuando se la compró, según lo atestigua la fotografía tomada por Angel Paganelli en 1869. Como consecuencia de ello el Gobierno decidió demoler el auténtico frente y "las habitaciones del ala derecha del primer patio", dejando intacto el Salón de la Jura, separado de las nuevas oficinas del Juzgado y Correo, que ocuparon el costado izquierdo y el frente.

El temple


A pesar de las refacciones ordenadas por el presidente Nicolás Avellaneda, hacia 1880 la casa presentaba un estado lamentable, con excepción de la nueva fachada. El techo del salón de la jura amenazaba derrumbarse. Ante semejante desparpajo, el correo, que por cierto funcionaba allí, logró restaurar y engalanar, aunque modestamente el histórico salón. Por aquellos años, se colocaban para las fiestas patrias los retratos de dieciocho de los Congresales, realizados por Augusto Ballerini (1887) y adquiridos por el Gobierno Nacional. Cuando pasaban los festejos, estos eran llevados a la Biblioteca Sarmiento donde eran conservados y celosamente custodiados. En 1896, debido al mal estado de las habitaciones en las que funcionaban las oficinas del Correo y Juzgado, estos organismos se trasladaron a otro edificio, quedando la casa totalmente abandonada.Ante la posibilidad que la casa desapareciera por completo, Doña Guillermina Leston de Guzmán - dama tucumana famosa por sus obras de beneficencia- solicitó al entonces Ministro de Obras y Servicios Públicos de la Nación, Emilio Civit, de paso en Tucumán, que evitara la destrucción de la Casa. Su solicitud fue escuchada, y el Presidente Julio A. Roca, también tucumano, aprobó el proyecto de construcción de un templete que protegiese únicamente el Salón de la Jura, demoliéndose el resto de la propiedad.
Para ornamentar "El Templete", el Presidente Roca encargó a la escultura tucumana Lola Mora la confección de los bajorrelieves que representan 'El 25 de Mayo de 1810' y 'La Declaración de la Independencia'. El 'Templete' fue inaugurado el 24 de septiembre de 1904.En 1916, para el Centenario de la declaración Independencia, el Gobernador Ernesto Padilla promulgó una Ley que determinaba la expropiación del terreno colindante con la Casa, hacia calle 9 de julio, actual patio de homenajes y donde se encuentran los bajorrelieves de Lola Mora.En el interior del 'Templete' sé encontraba el Salón de la Jura de la Independencia, que habitualmente se engalanaba para las fiestas tucumanas, como la celebración de San Miguel.

La reconstrucción


En 1940 comenzó a gestarse la idea de reconstruir íntegramente la Casa de la Independencia. Por un proyecto de ley presentado por el Diputado Nacional por Tucumán, Ramón Paz Posse, se aprobó la obra. La mayor dificultad para realizar la obra fue la falta de documentación gráfica para encarar la reconstrucción. Buschiazzo, especialista en la materia y el 17 de abril de 1942 se inició la demolición del Templete. Hubo resistencias y críticas. Buscchiazzo no se amilanó; realizando, lo que hoy se llama "arqueología colonial" y sobre la base de los antiguos planos, inició excavaciones de sondeo en busca de los antiguos cimientos. Estos aparecieron en el lugar donde lo había indicado; de tal manera, como él mismo manifestó: "la batalla estaba ganada".Buschiazzo consiguió elementos arquitectónicos originales del S. XVIII para la reconstrucción de la Casa. Adquirió primero 4 rejas, 12 pilares y 12 puertas de una casa colonial que se estaba demoliendo en ese entonces - la del Obispo Piedrabuena -, y el resto de los materiales los obtuvo de corralones, reduciendo de esta forma al mínimo las imitaciones modernas.

La casa hoy


Ofrece al visitante una recorrida por sus salas en donde pueden observar varios elementos que se usaban en la época y posteriores a la misma. En la sala Virreinal los objetos permiten recrear la vida cotidiana, durante es período. : Las arraigadas creencias religiosas de la sociedad virreinal están presentes en las pinturas de la Virgen de La Merced y San Francisco Javier, entre otras, e imágenes de diversas advocaciones como la del "Cristo crucificado" S. XVII, Angel", tallado en madera y la "Santa Rita de Casia". Entre los diversos objetos de la época sobresale: utensilio indígena de piedra; espadas; Candelabros y la Campana de bronce de la Misión jesuita del Bañado de Quilmes con la inscripción "La Concepción - 1734".
En la sala dedicada al reformismo y transformación de la América española se exhiben la efige y escudo real, símbolo del poder monárquico, como así también monedas, sellos y timbrados de la corona española. Mientras que en la sala Asamblea del año 13 se observan carabinas, pistolas, sables y vainas que sirvieron para pelear por la independencia. La sala 4, está dedicada a la batalla de Tucumán, donde se puede ver la mesa, la silla, que utilizó el general Manuel Belgrano en su estadía en Tucumán. Otra de las salas que sobresale es la del Congreso de 1816, donde se encuentran verdaderas reliquias históricas, como la Biblia sobre la cual juraron los congresales, uno de los candelabros que iluminaron la independencia y las actas secretas de las sesiones.
El salón de la jura de la Independencia es el que único que se conserva intacto desde 1816. Todo está como entonces. En la tarima: se encuentra la mesa sobre la cual se firmó el Acta, los sillones del Presidente de la Magna Asamblea, Dr. Francisco Narciso Laprida, y de los Secretarios del Congreso: Juan José Passo y Mariano Serrano. El crucifijo, colocado sobre el dosel, presidió las sesiones. Los muros blanqueados son de adobe. Las vigas del techo son trabajadas a mano. Las baldosas son las auténticas del S. XVIII. Las puertas, ventanas y rejas son también originales de la Casa, de este salón donde nació la Patria. Sobrecoge y emociona esta sala, que mueve a rememorar las discusiones, las voces, la presencia de aquellos hombres, miembros del primer Congreso independiente de la Nación.
Faltan sólo los hombres que estuvieron allí cubriendo el espacio central, hace más de 180 años. Pero quedan aprisionados entre los viejos muros, los ecos de aquellas voces de libertad que dieron origen a la patria grande. Visitar la casa histórica en este mes de julio no es sólo una obligación, sino también una necesidad, porque en los tiempos que se viven urge contagiarnos de aquel espíritu patriótico de aquellos 18 congresales que hicieron grande a la Argentina, para volver hacer de nuestro país, lo que siempre fue, una próspera y pujante Nación.

LA FERIA DE SIMOCA


Invita no solo a comer empanas y locro, sino también a sumergirse a un apasionante viaje al pasado. Los sulkys sobresalen sobre los autos y camionetas cuatro por cuatro y los vendedores pesan sus mercadería con balanzas a básculas en lugar de las electrónicas que abundan en los supermercados.
Por CARLOS QUIROGA

Fotos: JULIO CARRIZO

Cada sábado la localidad de Simoca, ubicada a 50 kilómetros al Sur de la Capital tucumana, abre sus puertas al visitante y lo invita a sumergirse en un apasionante viaje al pasado. Los sulkys transitan las calles con su rítmico traqueteo y su cansino andar tirado por nobles caballos. Este vehículo tradicional convertido en el compañero inseparable de la gente, es profundamente simoqueño A tal punto que los lugareños bromean diciendo: “Aquí los semáforos son para ordenar el tránsito de los carros a tracción a sangre”. Los vendedores prefieren usar las balanzas a básculas para pesar sus mercaderías, que las de alta de precisión que invaden los supermercados y la principal avenida está iluminada por faroles coloniales, como los que usaron los congresales de 1816 para alumbrar la declaración de la independencia. Está alquimia de imágenes no tarda en posesionarse del forastero y hacerlo sentir que ha retrocedido 200 años a tras y a medida que se comienza a recorrer la feria, esa sensación lo invade cada vez más. Y como muestra de ello basta ver sacar la tierra de los ranchos con escobas de afata y no con lustraspiradoras, como lo hacen las amas de casa del siglo XXI: “Aquí poco y nada sabemos de esas cosas modernas, pero loe aseguro que barrer sabemos”, dice sonriente don José, mientras abraza su escoba, como si estuviera bailando un vals. La magia del pasado volverá a abalanzarse sobre el turista, cuando la mesera de un rancho le pregunte si prefiere el café, con leche de cabra o vaca: “Mire que aquí tenemos a las dos para ordeñar”.

Capital del Sulky


Con los primeros rayos de luz, comienzan a llegar decenas de sulkys, cargados con huevos, gallinas, lechones, quesos, empanadillas y rosquetes. Estos vendedores ambulantes vienen de localidades vecinas, como Los Juárez, Buena Vista, Polial, Río colorado y Los Pérez. Han traído para la feria lo mejor de su producción y mientras dure, mantendrán viva la esperanza que con las ventas que obtengan, lograrán subsistir hasta el próximo sábado. Los chanchos vivos de 9 a 13 kilos, se cotizan entre 15 y 22 $, las gallinas 4,50 y la docena de huevos 2 $. “Desde el miércoles que estoy preparando las empanadillas y los rosquetes - dice doña María- espero tener suerte y vender todo, sino de que vale la pena tanto sacrificio”.
La Feria se extiende a lo largo de seis cuadras y en el predio se erigen varias decenas de ranchos típicos, donde se expenden comidas tradicionales: locro, tamales, empanadas, chorizos, lechones asados a las brasas, tableta de miel de caña, alfeñiques, empanadillas y el clásico pastel de novia. Otras exquisiteces que se venden son arrope de chañar y de tuna, patay, cigarro de chala aromatizados con anís y cáscara de naranja. Cuenta además, con ranchos para la comercialización de frutas y hortalizas, para las distintas artesanías (en cuero, hueso, madera, plata, tejido), y un rincón del predio destinado a la venta de animales vivos
La construcción de los sulkys en el que se trasladan los productores como si fueran autos último modelo, es artesanal, siendo muy utilizada para su elaboración, la madera del "pacará", árbol que abunda en la región. En Simoca, existen diversos talleres especializados en el armado y mantenimiento de los peculiares carruajes. Además, la ciudad le rinde homenaje a este transporte antiquísimo, con el monumento que adorna la entrada principal.

Cuna del folklore


Curiosamente Simoca, no trascendido las fronteras por la feria en sí, sino por haber sido el primer consumidor de bebidas alcohólicas del mundo, así lo reflejó la revista Selecciones, cuando realizó una estadística al respecto. “Eso no significa que seamos unos borrachos empedernidos – afirman los lugareños – no vamos a negar que en Simoca se compra bebidas alcohólicas por mayor, lo que sucede es que de aquí se distribuye para otros pueblos, incluidos localidades catamarqueñas y de allí que las estadísticas den ese resultado. Aquí sólo tomamos vino para la misa”.
Simoca ha sido bautizada como “Cuna del Folklore” y a decir verdad no se equivocan, porque es común encontrar en casi todos los ranchos una guitarra, un Baldeón y un bombo que esperan a los forasteros para poner ritmo de zamba o chacarera al lugar. Y para las vacaciones de julio se construye allí un inmenso escenario que alberga a folkloristas que se llegan de distintas partes del país para estar allí.
Hoy la Feria de Simoca, que había comenzado como un mercado de productos de la tierra, alberga también a otro tipo de vendedores que comercializan ropas, artesanías y baratijas en el predio de la ex estación ferroviaria: “Señora pase y elija y si no tiene plata, déjenos a su hija”, se escucha vocear a un hombre que ofrece ventiladores santiagueños (pantallas hechas con hojas de totora). , Que se justifica diciendo “ahora tengo que recurrir a estos trucos, porque cada vez, se hace más difícil vender. Usted no sabe lo que era esta feria hace algunos años atrás. Una verdadera mina de oro. Yo recuerdo que los huevos no se vendían por docenas, sino por centenas. Los huevos estaban apilados en montañas que tenían hasta un metro y medio de altura y estaban apoyados en malvas (una hierba típica de la zona) para que no se rompan. “Es cierto- asegura otro puestero- yo todavía conservó fresco en mi memoria cuando los santiagueños viajaban especialmente a Simoca a vender sus pescados, los traían en yoles (tinajas de barro con agua saladas) para mantenerlos frescos. Qué tiempos aquellos, que no volverán”
La crisis económica por la cual atravesó el país y la proliferación de los centros comerciales en las localidades vecinas le han quitado a Simoca el protagonismo comercial de aquella época. Pero hoy al igual que ayer los vendedores siguen firmes intentado vender sus productos: “Si nos quitan está posibilidad nos morimos”, dice don Gelasio Paz, de 83 años que llegó a la feria cuando era apenas un niño, para ayudar a su mamá con la venta de arrollados de chancho.

LA HISTORIA DE LA FERIA


Según cuenta la leyenda, la feria se inicio con la llegada de los padres franciscanos a la zona. La misa de los domingos congregaba a todas las localidades vecinas y como los caminos eran bastante malos en esa época (1.600) los fieles llegaban el día anterior y se juntaban bajo las sombras de un pacara a esperar la celebración litúrgica. Mientras tanto aprovechaban para armar fogones y guitarreadas y como consecuencia de ello surgió un intercambio o trueque de productos y fue precisamente ese hecho, el que dio origen a la feria.
Por esa época también, el traslado de San Miguel de Tucumán a su actual emplazamiento, implicó la reestructuración de los caminos, dando origen a una nueva ruta, que siguiendo desde el centro de la llanura hacia el sur, pasaba por Simoca y unía a la antigua ruta que iba desde Ibatín hasta Santiago del Estero. De este modo, Simoca, se transformó en una parada obligatoria, convirtiéndose en Posta Nacional. Hacia el año 1700, Simoca ya era una villa.En el año 1728, la zona se entregó al Capitán Diego de Molina, quién levantó la primera plaza frente al precario templo construidos por los franciscanos. Ya en el siglo XIX, la Posta de Simoca, era un lugar de reunión sabatina, pues la feria se consolidó como una cita impostergable. Asimismo, el tránsito de carretas enriquecía el intercambio de productos.
El ferrocarril que arribó a la zona, llegó a tener tal movimiento de pasajeros con motivo de la Feria, que debió levantarse y trasladarse a la ya existente Parada de Simoca, la Estación de Güemes, entre los años 1876 y 1880.Con el ferrocarril, llegaron también los primeros inmigrantes, los que le dieron una nueva fisonomía a la feria.