miércoles, 1 de julio de 2009

LA FERIA DE SIMOCA


Invita no solo a comer empanas y locro, sino también a sumergirse a un apasionante viaje al pasado. Los sulkys sobresalen sobre los autos y camionetas cuatro por cuatro y los vendedores pesan sus mercadería con balanzas a básculas en lugar de las electrónicas que abundan en los supermercados.
Por CARLOS QUIROGA

Fotos: JULIO CARRIZO

Cada sábado la localidad de Simoca, ubicada a 50 kilómetros al Sur de la Capital tucumana, abre sus puertas al visitante y lo invita a sumergirse en un apasionante viaje al pasado. Los sulkys transitan las calles con su rítmico traqueteo y su cansino andar tirado por nobles caballos. Este vehículo tradicional convertido en el compañero inseparable de la gente, es profundamente simoqueño A tal punto que los lugareños bromean diciendo: “Aquí los semáforos son para ordenar el tránsito de los carros a tracción a sangre”. Los vendedores prefieren usar las balanzas a básculas para pesar sus mercaderías, que las de alta de precisión que invaden los supermercados y la principal avenida está iluminada por faroles coloniales, como los que usaron los congresales de 1816 para alumbrar la declaración de la independencia. Está alquimia de imágenes no tarda en posesionarse del forastero y hacerlo sentir que ha retrocedido 200 años a tras y a medida que se comienza a recorrer la feria, esa sensación lo invade cada vez más. Y como muestra de ello basta ver sacar la tierra de los ranchos con escobas de afata y no con lustraspiradoras, como lo hacen las amas de casa del siglo XXI: “Aquí poco y nada sabemos de esas cosas modernas, pero loe aseguro que barrer sabemos”, dice sonriente don José, mientras abraza su escoba, como si estuviera bailando un vals. La magia del pasado volverá a abalanzarse sobre el turista, cuando la mesera de un rancho le pregunte si prefiere el café, con leche de cabra o vaca: “Mire que aquí tenemos a las dos para ordeñar”.

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